Si hay algo que he aprendido y comprendido en estos últimos años, es que mi hijo no solo requiere dirección por mi parte o comprensión hacia lo que vive, a través de las historias sociales, también necesita percibir y sentir mi empatía hacia lo que le preocupa o le conmueve.
Esto es así porque su sistema emocional es como el mío, y el de cualquier hijo de vecino, aunque la expresión de sus emociones sea, en muchas ocasiones, extravagante o excesiva. Desde que aprendí a utilizar las historias sociales, allá por el año 2006, mi objetivo principal siempre había sido aportarle la directriz de las actitudes que consideraba erróneas. Un objetivo loable y muy común, no solo en mí, también en las personas que interactúan con niños, adolescentes o adultos con TEA (por lo observado en los talleres y cursos que imparto). Todos, en general, nos centramos en los errores que cometen los niños, en primer lugar, y tratamos de corregirlos o reconducirlos antes que cualquier otra cosa, pero, ¿qué ocurre cuando hay emociones de por medio? (y esto podría ocurrir en el 70% de las dificultades que tienen los niños con TEA, o incluso más) Ocurre que, si solo nos centramos en reconducirles sin tener en cuanta cómo se sienten, haremos que mucho conflictos se hagan eternos, por la gran cantidad de tiempo que nos llevará frenar esas emociones convertidas en impulsos, por que les impedirá prestar la tención adecuada a las nuevas directrices que les damos, incluso presentándoselas de forma visual.
«El niño precisa nuestra ayuda y empatía antes que nuestra dirección, o de lo contrario habrá poca voluntad y predisposición por su parte hacia lo que pretendemos enseñarle».
Nadie nos enseñó a observar nuestras emociones. Por el contrario, se nos exigió, desde la más tierna infancia, a ocultarlas a los ojos de los demás, tragarlas sin digerir o ignorarlas; generación tras generación, porque eran un síntoma de debilidad e inestabilidad inaceptable.
Afortunadamente, vamos evolucionando y prestar atención a las emociones se ha convertido en un objetivo más que aceptable, ya que por fin hemos aprendido el importante papel que desempeñan en nuestras vidas a nivel personal y social.
Este es un avance importantísimo que a estas alturas no podemos menospreciar, como ocurría en épocas pasadas, ya que aprender a reconocer y canalizar correctamente dichos impulsos, nos hará más solidarios en cualquier relación, incluso en la que tenemos con nosotros mismos.
Hoy día el orden de acción, en cuanto a la enseñanza que puedo transmitir a mi hijo, ha cambiado, y vendría a tener el siguiente:
- Observar el estado de ánimo que tiene, por si estuviese nervioso, frustrado o rabioso y prestar atención a esas emociones, ayudándole a que las conozca, a que se dé cuenta de cómo le hacen sentir, hasta que vaya calmándose. Enseñarle que una cosa es el enfado (que es aceptable socialmente) y otra es el descontrol (que es inaceptable socialmente). Y hacerle conocer el efecto que ha producido su descontrol en los que le rodean.
- Tratar de averiguar, a través de él, con una historia social activa, previa presentación de opciones, qué es lo que le ha pasado, si no me responde tras la pregunta oral.
- Y una vez se ha calmado y he podido averiguar el motivo de su reacción, entonces sí, trato de reconducir el error y de ayudarle a comprender, con una historia social, o las que precise, todo aquello que haya en su actitud inadecuada .
Vemos un ejemplo.
Imaginemos que Luis es un niño de ocho años con TEA que, de pronto, empieza a tirar las cosas del pupitre muy enfadado. El profesor está explicando en la pizarra y se gira hacia los niños sorprendido por el ruido. Ve a Luis furioso y no sabe qué es lo que le pueda estar pasando tan de repente.
La primera opción y la más habitual es:
- Luis, recoge lo que has tirado.
- ¿Por qué tiras las cosas? (no esperemos respuesta, aportémosle opciones).
- Lo que haces está mal.
- Deja de hacerlo o tendrás una consecuencia.
Esta es, básicamente, la dirección que la mayoría llevaría del conflicto que, de repente, ha surgido sin tener idea del porqué. Es la habitual, la mayoritaria, ya que, generalmente, así hemos sido educados, bajo un sistema dictatorial hacia el más pequeño; al menos eso fue lo que vivimos los de mi generación, y las anteriores todavía lo tuvieron mucho peor.
Podríamos expresárselo al niño de forma verbal, que siempre va a ser nuestra primera opción, o visual, sin embargo, el niño podría continuar frustrado porque no se le está ayudando en el orden que necesita, solo se le corrige y sermonea sin tener en cuenta lo que vive a nivel emocional. Esta actitud por nuestra parte no solo llevará 30 minutos, o bastantes más, para que el niño se calme, además de dejarle el resquemor de la falta de empatía por nuestra parte, sino que, en nosotros, también hará mella; generará frustración, hartazgo, rabia, impotencia, y hasta la culpa podría asomar por nuestra mente en una situación así, si perdemos los nervios en nuestro intento de reconducción. A veces, incluso podemos sentir una mezcla de todas ellas, emociones negativas que solo nos causarán malestar. La base de todo ello es que tendemos a tomarnos las cosas como algo personal, y nuestra mente es mucho más rígida de lo que creemos, porque no todas las personas neurotípicas saben manejar los imprevistos de una forma constructiva.
Seguimos con el ejemplo:
Luis va subiendo de tono al verse acorralado, ahora también por las exigencias del profesor. Lo que alarga la situación considerablemente.
Luis se siente tremendamente mal y no sabe qué hacer con todas esas emociones que le desbordan sin que pueda ni sepa hacer nada, y, encima, no se sabe explicar.
No puede atender al profesor, porque su mente está desconectada de la razón y de la lógica. Su estado emocional lo mantiene en una gran hipersensibilidad. Está llevando la situación desde la parte inferior de su cerebro (Daniel J Siegel y Tina Payne Bryson 2012).
Unos segundos antes, su compañero Manuel ha utilizado su sacapuntas al olvidar el suyo en casa. Nadie relaciona esto al descontrol de Luis, porque además Luis no evidencia con su lenguaje corporal que este hecho tenga algo que ver. Sin embargo, el niño odia que toquen sus cosas y aunque eso es algo que los papás comentaron en su día al profesor, éste no cae en la cuenta en medio de ese pico de estrés que se ha creado.
La opción que más ayudaría a calmarse a Luis sería algo así, dicho con una actitud y tono calmado:
- Luis, observo que te has descontrolado ¡Has tirado todas tus cosas al suelo…!
- Estar enfadado es aceptable, descontrolarse no Luis. No sé qué es lo que te ha enfadado tanto….
- Me gustaría ayudarte. Pero necesito que te calmes para poder hacerlo. Venga, intenta calmarte un poco, respira profundo, coge aire por la nariz y sácalo por la boca, (le va guiando, a menos que el niño tenga algunas herramientas para calmarse en la clase).
- Ahora que te has calmado un poco dime (libreta en mano y dibujos sencillos acompañados de las siguientes frases):
- ¿Te duele en alguna parte del cuerpo?
- ¿Te molesta el sol?
- ¿Tienes calor?
- ¿Estás cansado de la clase?
- ¿Tu compañero te ha dicho algo que te ha enfadado?
- ¿Ha tocado alguna de tus cosas? (hemos dado en el blanco).
El solo hecho de prestar atención a sus emociones ya facilita mucho las cosas. Y es que Luis, además de TEA tiene, también, un sistema emocional al que hay que prestar atención.
Nuestra mente también funciona con más agilidad si no sentimos la presión de que la clase ha de salir siempre a la perfección y nos adaptamos a los imprevistos; porque siempre pueden surgir y hemos de aprender a convivir con ellos, mucho más cuando tienes hijos o alumnos con TEA. Yo incluso creo que salir airoso y calmado de una situación de este tipo, logrando ayudar al niño con TEA es un aprendizaje muy enriquecedor para el propio profesor y para que el resto de los compañeros lo vivan como espectadores, porque son aprendices innatos de experiencias vívidas.
Tras la indagación en la que, a través de sencillos dibujos, el profesor ha preguntado a Luis, éste sabe que ha de hacerle una HS al niño, pero que no ha de centrarse en lo incorrecto de su acción, sino en averiguar si lo que le molesta es que le cambien de sitio las cosas, que las ensucien, que se las gasten, que se las pierdan etc. porque eso es importante para poder encauzar la HS que va a ayudar al niño a ser más tolerante con respecto a sus cosas, y a que aprenda que no pasa nada si alguien le toca las cosas, se las cambia de sitio, se las ensucia, se las gasta o incluso se las pierde, ya que eso también le puede pasar a él en más de una ocasión con las cosas de otras personas, a lo largo de su vida. Que las cosas hay que valorarlas en su justa medida y no anteponerlas a la ayuda que se puede prestar con ellas, y a permitir que se las puedan tocar sin reaccionar negativamente, ya que la base de su descontrol anida en alguna de esas opciones. Tampoco le vendría mal otra HS en la que se le ayude a entender que enfadarse es habitual en todas las personas e incluso aceptable, pero que el descontrol no y que es necesario y urgente que aprenda a no perderse en él (aunque esto precisaría mucho más tiempo y esfuerzo, junto a otras técnicas educativas de apoyo, como economía de fichas etc.).
Otra buena opción, sería que el profesor realizara una historia social activa fija, con aquellas cosas que considera necesarias para el niño, porque ha ido observando que suelen ocurrirle a menudo, o porque se las han comentado los papás etc. y a la que se le pueda ir añadiendo más opciones que vaya observando en el niño o le digan los profesores que atascan al niño.
Por ejemplo:

